Regreso
del internado
La
lluvia acaricia al frio de diciembre. Los cristales del autobús son una
película gris claro y opaca , (una radiografía sin huesos, que el sol plateó en
cualquier vertedero, en cualquier camino)impidiendo sentir la inquietante y tenebrosa hermosura de las marismas, el
Odiel es un crispado mar dentro de un rio.
Atrás
queda el Conquero , atalaya primaria y ocre donde Cernuda fue amado, cabezo
ancestral de cuerpos curtidos por siglos de olvido, atrás el astillero
moribundo , agonizando a la sombra de la industria que fue. En "el carro"
permanece , a medio constuir, un buque oxidado antes de nacer a la mar, es una
aterradora presencia, "Titán siniestro" ,que custodia la triste ciudad perdida ,
que se nutre contra natura de ácido nítrico, azufre, cloro y triste celulosa
que secuestran despertares.
Atrás
quedan las mañanas eternas, las tardes vacías y las noches de cárcel en
pabellones silentes donde se almacenan juveniles sueños, furtivos placeres en habitaciones limpias y sencillas con cuatro camas y miles de dudas.
Atrás
ya no cuenta, no quiero que cuente, impido que sea, aunque de nuevo será. el
Pinar empezó hace un rato a mi derecha, me adentro a "lo verde"...y el
autobús grita de vejez en cada curva.
Aparece
el valle de almendros y dicha, Mogaya querida. Mi corazón huye por la boca y lo
sostengo, le impido la huida, y se diluye amoroso por todo mi cuerpo, nostálgico y puro. Adivino
mi casa, la pienso y me reconforta la lumbre perenne de la chimenea encendida,
me estoy acercando a la vida.
Tengo
quince años , me embarga desde hace mucho tiempo una amarga tristeza hiriente ,
cruel y envolvente que hace a mi dicha cautiva.
Estoy
llegando a mi pueblo, Cartaya es una promesa dulce y blanca, una isla querida,
una amante añorada, una suave esperanza que ejecuta en mi rostro una leve
sonrisa.
Diciembre de 1982